domingo, 24 de febrero de 2013
Cerré los ojos
Me senté y cerré los ojos y entonces me vi... me vi a mi, lleno, repleto de
amor que no había dado, de amores que nunca habían sido amores, rodeado de
personas que no me interesaban. Entonces paré... Y me acordé que me habían
amado, que había personas que realmente se interesaban por mí.
Me acordé de cada una de las tarde donde me había dedicado a caminar en silencio
por la calle, con la cabeza solamente en el canto de los pájaros, sintiendo el
aroma de cada una de las flores, la manzanilla que brota en el barrio y ya lo
hacía desde mi infancia.
Viajé hasta mi infancia, cuando me sentaba bajo los árboles para escribir cartas
de amor que nunca iba a dar, me acordé cuando me escondía atrás de los árboles
para ver a esa chica que robaba todos mis sueños, mientras que soñaba, vivía una
vida nueva, llena de felicidad, un sueño que no terminaba nunca.
Y fui a mi adolescencia metido atrás de libros que contaban grandes historias de
amor, donde yo podía seguir imaginando mi futuro, cada tanto agarraba de nuevo
mi cuaderno y escribía una poesía tonta para el amor del momento, ese amor, esa
amiga que nunca se había fijado en mi.
Las tardes de football y play station con Daniel hablando de chicas y las
siestas en casa de Martín después de comer la polenta que nos hacía su abuela,
las escapadas a fumar con Richard cuando ya no queríamos hacer mas gimnasia, los
chicos malos del barrio con los que nos gustaba charlar, para estar al tanto de
los últimos robos, como si eso nos diera seguridad, los domingos en la cancha
con mi papá, y las tardes de fin de semana interminables, entre caballos y pasto
mirando un cielo que algún día sería mío.
Y llegué a la casi madurez, los veranos en la costa, conquistando corazones
inconquistables, con una histeria estúpida, tomando sangría o la bebida del
momento, corriendo durante ratos por la playa para no perder la costumbre de
correr y con los pies descalzos por la playa no olvidarme que podía caminar
despacio también.
Me acuerdo que un día me desperté y dije, bueno ya soy grande y busqué un
trabajo, ya no me divertía salir, ya no me divertía tomar, ya no me divertía
hablar con los chicos malos del barrio, pero todavía me sentaba abajo de un
árbol a escribir o leer, o de espaldas al cielo viendo como las hormigas hacen
su trabajo con una rigidez casi absoluta, o miraba el cielo y seguía pensando
"un día eso va a ser mío" y me iba en una nube a recorrer el mundo que habitaba
en mi cabeza, las pirámides de Egipto, las playas de México, las Navidades de
New York, los trenes de Tokio, la muralla china, el camino del inca, Roma,
París, Madrid, Manchester que siempre fue un lugar de ensueño, cada lugar era un
misterio.
Conocía personas mentalmente, imaginaba situaciones divertidas y ridículas,
nunca perdí la facilidad de reírme solo y sin sentir vergüenza, sin creer que
estará pensado la gente de mi sonrisa.
Cuando abrí los ojos me di cuenta que soy un niño que todavía mira el cielo
sabiendo que lo puede conquistar cuando quiera, y un hombre que lucha por
alcanzar todos los sueños, sabiendo que disfruto cada partícula del tiempo que
le fue dado.
Mensaje:
mientras vamos creciendo, poco a poco olvidamos las cosas que nos hacían sentir
libres cuando éramos niños, nuestras vidas se van llenando de cargas; de
responsabilidades y afanes, que, al parecer, crean una celda en nosotros mismos
que no nos permite disfrutar de la vida al máximo.
Regresa a tu infancia por un momento y comienza a recordar las locuras que
hacías, como te sentías libre, y sin miedo a algún peligro.
Se como un niño, disfruta de la vida al máximo, y se como un hombre que lucha
por alcanzar sus sueños.
Fin.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario